Ayer fue un día histórico para los estadounidenses y para toda la humanidad: El afroestadounidense Barack Obama juró y asumió solemnemente el cargo de Presidente de los Estados Unidos de América. Cuba, sin embargo, no vive una celebración de toma presidencial desde 1948, en que lo hiciera Carlos Prío Socarrás, último presidente elegido democráticamente en la isla.
Fulgencio Batista y Castro (Fidel) privaron al pueblo de Cuba de ésas fiestas. El primero, al pisotear la avanzada Constitución de 1940, golpeando de paso el modelo democrático en marzo de 1952. El otro, al usurpar el poder real desde 1959 – pocas horas después de la huída de Batista - hasta la fecha. Aquí, las últimas tres generaciones no hemos experimentado el disfrute de una ceremonia de asunción, la presencia de invitados foráneos, el ambiente contagioso del comienzo de un nuevo estadio nacional por el que previamente se apostó libremente en las urnas.
El espectro político cubano, de un tirón, fue teñido de verde olivo en 1959. La voluntad soberana del electorado, por otra parte, había sido vulnerada hacia siete años. “Elecciones, ¿para qué…?” preguntó alguna vez el sucesor Castro. Bueno, hay que recordar que los nuestros no tuvieron oportunidad de responder coherentemente a semejante interrogación sin perder la libertad o la vida. Todavía hoy, hacerlo, entraña una decisión sumamente riesgosa. De ello se encarga el nominado eufemísticamente Departamento de Seguridad del Estado.
Las solicitudes para asistir al acto de ayer en los Estados Unidos superaron abrumadoramente las capacidades disponibles. A los organizadores no les fue fácil. Tal fue el interés demostrado por la ciudadanía. Los cubanos, valgan las comparaciones, hemos padecido durante medio siglo el “pragmatismo” desarrollado por la nomenclatura del Partido Comunista. A ellos les han sobrado los ejercicios eleccionarios periódicos y toda la parafernalia asociada. Según el razonamiento de estos personajes, la vida democrática puede prescindir, sin temor, de la existencia de sales como ésas.
En Cuba no es imprescindible escuchar un breve juramento presidencial comprometido con la preservación, protección y defensa de la Constitución porque, sencillamente, las anteriores y la actual Constitución de la Republica de Cuba –todas promulgadas después de 1959- fueron y es manipulada según la antojanza de los mandantes. Aquí la función es otra. Los discursos adolecen de los vocablos libertad y democracia y, por el contrario, están plagados de la doctrina del odio y la violencia propios de los regímenes autoritarios y totalitarios, manifestados en diatribas extensas, de las que alguna estableció record Guinnes por su duración.
Millones de estadounidenses presenciaron voluntariamente alrededor del mediodía de ayer la toma de posesión del Presidente Barack Obama, una fiesta sin precedentes en los anales de ése gran país. De entre los nuestros, otros tantos solo piensan en emigrar – la mayoría jóvenes- para huir del comunismo y poder alcanzar metas individuales en espacios de libertad, ya sea en los Estados Unidos, en Europa o donde quiera que ésta pueda encontrarse, realidad que mantiene envuelto al régimen de La Habana en una perenne aura fúnebre.
miércoles, 28 de enero de 2009
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