En sus presentaciones el cantautor Pablo Milanés parece otra persona. Descolla humildad y respeto por quienes le observan. Personalmente me decepcionó la tarde en que caminaba delante de mi, hace unos meses, al salir de la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, momento en el que probablemente recibiera la visa para entrar en el territorio de ese gran país. La pelma y otras esencias que intuí en aquella ocasión no engañan.
Algunas de las declaraciones hechas por el popular creador en torno al primer concierto que ofreció hace unos días en Miami, contemplado en el proyecto de intercambio Pueblo a Pueblo, fueron desafortunadas. Expresar que no obstante a todo está de acuerdo con Fidel Castro debería bastarnos. Lo que pasa es que los cubanos, en sentido general, estamos seriamente afectados idiosincrática, cultural y políticamente -agravados gracias a los desvelos del Arquetipo de «Pablito»- y no aprendemos de una buena vez a lidiar con los retos que entrañan la vida moderna y a soslayar ciertas nimiedades.
Aquí no vale ahora adentrarse en los detalles sobre la indiscutible calidad artística del trovador, las que movieron a miles de personas desafiar a los desacordes extremistas miamenses y asistieron al histórico recital que, cabe decir, en la consumación de nuestro bienestar solo aporta puro efecto mediático. A Pablo si le vino bien todo esa algazara. En definitiva llegó, cantó y resolvió lo suyo, con todo el derecho que le confiere el amor al «arte» y por voluntad del Señor en cuyo nombre el intérprete se atreve hasta juzgar.
Muy mal parada, en mi opinión, terminó la imagen del «querido Pablo» con la aparición de su inelegante reflexión (carta abierta) en respuesta al periodista cubano Edmundo García, en la que confesó con madurez de Jeque –sentado a la entrada de su tienda, viendo pasar los cadáveres de sus enemigos- que las discrepancias que tiene con el gobierno y sistema cubanos «no implica que esté en desacuerdo con Fidel», entre otras candideces salidas por impulso desde lo insondable.
El ser humano Pablo Milanés pecó otra vez pero el artista comprometido estuvo a la altura de sus ídolos y admiradores, quienes, matizando, le han divinizado. Nada que ver con los más genuinos anhelos de la nación cubana.