miércoles, 4 de marzo de 2009

«Juan Gualberto Gómez,un hombre de su tiempo.Aniversario 76 de su desaparición física».Por Juan Mario Rodríguez.

El 5 de marzo de 1933, poco antes de la caída de la tiranía machadista, falleció el «gran inconforme», como justamente lo calificara el historiador Leopoldo Horrego Stuch. El doloroso hecho acaeció en su humilde Villa Manuela, ubicada en la Calzada de Managua, en el hoy municipio Arroyo Naranjo, La Habana, rodeado de sus médicos y familiares. Sus postreras palabras, balbuceadas con el último aliento, fueron: «Martí… Cuba… Cuba!».

Había nacido en 1854, en el ingenio Vellocino, en la comarca Sabanilla del Encomendador, provincia Matanzas - por virtud de una ley nacional nombrada como el ilustre patriota- de padres esclavos que pagaron para que su hijo naciera libre estando aun en el vientre materno.

En 1869 el aventajado estudiante fue enviado a Francia, usando el padre parte de sus ahorros, para que aprendiera el oficio de carruajero y, de paso, alejarlo de los horrores de la guerra que amenazaba cundir la isla. En París no defraudó las esperanzas de Fermín y Serafina, que así se nombraban los padres, donde el maestro Binder les dijo el año siguiente que «era una lastima que hicieron del hijo un obrero» porque, además de ser muy inteligente, con lo que le pagaban podían costearle estudios superiores. Y asi se hizo, aunque no pudo graduarse como ingeniero por problemas financieros.

En París vivió acontecimientos muy influyentes en Europa: La guerra franco-prusiana, la rendición de Napoleón III a los prusianos en la batalla de Sedan, la proclamación de la III República, el “torbellino de la Comuna de París”. En 1872 llegó a la capital francesa el coterráneo patriota Francisco Vicente Aguilera, vicepresidente de la República en armas, en misión revolucionaria, quien se valió del joven mulato para que le tradujera las réplicas en defensa del «redentorismo cubano», imagen que algunos periódicos reatribuidos por el cónsul español intentaron destruir. Ese contacto le inculcó el amor a la independencia de Cuba, marcándole para el resto de su vida.

En 1877 llegó a Méjico para estar cerca de Cuba y ayudar a la revolución, donde conoció al abogado Nicolás Azcarate, abolicionista desterrado de Cuba por apoyar reformas coloniales. Allí le sorprendió la Paz del Zanjon, trasladándose posteriormente a La Habana. En el bufete de este conoció a José Marti, donde muy pronto intimaron. Ambos tomaron parte en la conspiración que originó la llamada “Guerra Chiquita” que comenzó en agosto de 1879. Por ello, fueron apresados y deportados a España.

El Ministerio de Ultramar costeó su pasaje para que volviera a Cuba como deportado libre en 1890. A la isla regresó para propagar las ideas separatistas. Marti siguió con simpatía sus trabajos periodísticos desde los Estados Unidos, donde en 1892 fundó el Partido Revolucionario Cubano, poniéndose en contacto con el para trabajar a favor de la independencia total.

La orden del alzamiento del 24 de febrero de 1895 pasó por sus manos. Su participación en el levantamiento de Ibarra ese día lo condujo deportado nuevamente a Ceuta. Regresó a Cuba en 1899, tras la derrota y salida del ejército español de la isla. Comenzaba su vida como político para servir a la patria en la nueva era republicana.
La Habana, 4 de marzo de 2009.

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