lunes, 12 de abril de 2010

«Angeles negros in memóriam». Por Juan Mario Rodríguez.

Ayer se cumplieron siete años del fusilamiento en La Habana de Bárbaro Leodán Sevilla, Lorenzo Enrique Copeyo y Jorge Luis Martínez, tres jóvenes afrodescendientes que, sin provocar daños materiales ni víctimas mortales, secuestraron una lancha de pasajeros para huir de la isla hacia los Estados Unidos.
Ese día me marcó, primero, porque, al igual que miles de compatriotas, no esperaba que la odisea en alta mar terminara de manera sangrienta, segundo, porque al escuchar la noticia al mediodía sufrí una conmoción que pudo ser tremenda de haber ingerido el almuerzo que estaba listo y porque esa tarde-noche un mal vecino, miembro del Departamento de Seguridad del Estado (DSE), celebró el crimen con un jolgorio indecente.
No puedo olvidar las imágenes del momento en que la embarcación, con sus tripulantes y pasajeros, arribaba a «puerto seguro». Tampoco las impactantes declaraciones de la turista francesa que respondió a un periodista que en ningún momento temió por su vida, porque el secuestrador le aseguró que no le haría daño. Ni el desgarrador testimonio de la novia de uno de los jóvenes, quien en aquel momento era menor de edad, que dijo que el propio Fidel Castro se les apareció y les expresó que las represalias que tomarían eran como porciones de un pastel que alcanzarían para todos.
Hubo manifestaciones callejeras contra el gobierno por el asesinato, tumbas anónimas y mucho dolor de madres. Un día como ayer, pero del aciago año 2003.
¡Gloria a los caídos!

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