Me complace que en los escuetos reportajes realizados por la televisión cubana sobre los plenos de los comités provinciales del Partido Comunista de Cuba no se haya señalado que los abrumadores problemas de todo tipo que se deben enfrentar para desarrollar el país sean consecuencias del embargo de los Estados Unidos de América.
Es muy positivo el reconocimiento de que los robos, las malversaciones y todos los incumplimientos que afectan a nuestra economía se deban únicamente al fracasado sistema político y al negativo trabajo de ingeniería social emprendidos hace mas de cincuenta años en esta isla.
Porque, por ejemplo, se tenía que ser muy cínico para culpar al Presidente George W.Bush de los descaros del General Rogelio Acevedo, relacionados con el Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba, que se descubrieron hace casi cuatro años. Igualmente, entrañaría demasiado cinismo culpar al Presidente Barack Obama porque aún la producción agropecuaria nacional no satisfaga las necesidades de la población y que, además, las pérdidas que exhibe el sector, en su mayoría por los malos manejos del superabundante capital humano con que este cuenta sean millonarias.
Estoy convencido de que únicamente la presión y resistencia de los opositores pacíficos intramuros y de la opinión pública internacional llevaron a Raúl Castro a encaminarse con paso de tortuga por la senda del progreso de la nación. El temor a no ser más Estado-Revolución imprescindible y lo que ello implica es, de hecho, el principal freno a la anhelada apertura total que contemple todas las libertades.
El anarquista francés Pierre-Joseph Proudhon sentenció en el siglo XIX que la propiedad y la familia son los únicos baluartes efectivos contra la tiranía. Los comunistas, el primero de ellos Lenin, aprovecharon muy bien esa experiencia para subyugar a nuestros pueblos mediante la violencia y el discurso contra el capital.
Pero los tiempos se han renovado. Las modernas tecnologías, a pesar de los pesares, están desempeñado aquí su rol de nueva era que no contempla la otrora legitimidad concedida al autoritarismo. Esa realidad irrebatible también hace más perceptibles los minúsculos cambios por los que hoy me ufano.
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