martes, 7 de diciembre de 2010

«Mas que cuatro cosas».

El comunicador oficialista Rolando Pérez Betancourt obtemperó cabalmente con su artículo Cuatro cosas, lanzándolo en la edición del periódico Granma del pasado día 2 como un típico quillotro alejado de la profesión. Lástima que en ese diario exista espacio sólo para la dictadura de la palabrería política del régimen.
El foco de Cuatro cosas es el proceso en el que actualmente está inmerso el país y que se extenderá hasta la celebración del anunciado VI Congreso del Partido Comunista de Cuba en el mes de abril de 2011, coyuntura en la que descolla el debate del Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social, la «hoja de ruta» del viaje hacia el inevitable colapso sistémico.
De las «cinco leyes revolucionarias que serían proclamadas inmediatamente después de tomar el cuartel Moncada», según consta en el alegato La historia me absolverá (Fidel Castro en Santiago de Cuba, 16 de octubre de 1953), cuatro eran sustancialmente económicas, amparadas en lo que establecía la violentada Constitución de 1940.
Lo que resultó de aquellas y todas las que les siguieron supuestas buenas intenciones de Castro, las vestiduras de un modelo que, transcurrido medio siglo, ha trascendido que «ni siquiera nos funciona nosotros», es la Cuba contemporánea que se debate entre el caos y la supervivencia, necesitada de transformaciones profundas no solo respecto a lo económico, sino también en los ámbitos político y social.
Los lineamentos nos enseñan los valores de la conjunción de algunos de los más rancios conceptos económicos que rigen el mercado con la esencia retrógrada del comunismo científico de Karl Marx, reglas que apuntan a la vía del modelo chino, guiadas, en principio, por el exitoso gradualismo que la segunda economía mundial ha llevado a cabo durante los últimos tres decenios con su política de reformas económicas y políticas.
El particular «poco a poco» raulista, sin embargo, no parece que tomará en cuenta a dos de los componentes clave del denominado «Consenso de Pekín»: el capitalismo de Estado y la apertura hacia el comercio internacional y las inversiones extranjeras. El pasado mes de noviembre el Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular cubana, Ricardo Alarcón, declaró en China que la isla se encuentra lista para nutrirse de «la experiencia de desarrollo en reforma y apertura» de la gran potencia, una visita realizada en el marco de los 50 años de relaciones diplomáticas entre los dos países, que selló el compromiso del gobierno chino de colaborar en el desarrollo de Cuba.
La escena política cubana está caracterizada por las constantes violaciones de derechos humanos del gobierno, que le mantiene distanciado de su ideal socio comercial, los Estados Unidos de América, y que ha llevado a la Unión Europea a mantener la Posición Común hacia Cuba, una política que, por ejemplo, priva a la isla de los beneficios del Acuerdo de Cotonou. Según la ilegal pero tolerada Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, en las cárceles del país aún permanecen unos cien prisioneros políticos.
La comprometida base social cubana, fragmentada entre los que abogan por el cambio, los «pesimistas» que prefieren emigrar y los partidarios del régimen, no es justamente el paradigma que preconizan irresponsablemente los intelectuales castristas y amigos allende. La corrupción generalizada, el decrecimiento y envejecimiento poblacional y los despidos de más de un millón de trabajadores en corto plazo, son las tremendas consecuencias del totalitarismo con las que también tendrá que lidiar la sociedad cubana del futuro. Pienso que hablar de ello no es amarillismo.
Probablemente los debates sobre los lineamientos serán álgidos pero, con seguridad, las exposiciones molestosas serán opacadas por la voluntad del grupito empoderado que manejará sus posibilidades mediáticas indistintamente.

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