lunes, 8 de marzo de 2010

«Elecciones, ¿para qué?». Por Juan Mario Rodríguez.

La maquinaria propagandística del régimen castrista está funcionando al máximo a propósito de la farsa eleccionaria que se realizará en la isla el próximo mes de abril. Los medios llaman al pueblo a participar en unas elecciones populares que no mejorarán el panorama económico y sociopolítico del país, ya que el poder real lo ejerce la inamovible nomenklatura verde olivo, cuya expresa voluntad es mantenerse en el poder disfrutando de los múltiples beneficios que esa posición les proporciona, divorciados de las penurias que padecen la mayoría de los cubanos.
Desde su instauración en el año 1976 -la que los mandantes nominaron Poder Popular- la institución ha estado plegada al servicio de los entronizados de la Sierra Maestra, encargada de controlar a las masas sufridas y engañadas por el imperante sistema que es una constante invitación al escapismo.
¿Para qué sirve entonces el Poder Popular? Sin dudas, para generar ineficiencia, corrupción y represión. Lo que sigue a continuación puede estar sucediendo en cualquier rincón de Cuba. Reflexionemos.
Las vitales Empresa de Comercio y Gastronomía y Empresa Provincial de la Industria Alimentaria representan con total fidelidad la dimensión del fiasco que es el modo de producción y control financiero Estatal. Los electores continúan, pasados los primeros 34 años de Poder Popular, planteando los mismos problemas relacionados con estas empresas. Ejemplos son los confrontados a diario con la insatisfactoria calidad del pan racionado por la libreta y los deficientes servicios que se brindan en las cafeterías del Estado, situaciones que, como todos conocemos, redundan en desvíos de recursos tales como harina, aceite, azúcar, carnes, huevos, combustibles y todo un extenso etc. que afectan la calidad de vida de nuestro hambreado pueblo, porque casi todos estos productos hay que importarlos y ya conocemos de y porqué la falta de dineros para esas compras.
Tras estas ineficiencias se escuda la corrupción. Los inspectores del Poder Popular raras veces sacan a la luz infracciones graves que justifiquen acciones judiciales y la policía solo interviene cuando «mandan a matar», como se dice en el argot popular refiriéndose a las delaciones. Todo porque el sistema está diseñado para que algunas ilegalidades fluyan. Lo más interesante es que existen cuerpos de inspectores, oficinas de atención a la población y todo tipo de informantes -de la Policía Nacional Revolucionaria, del Partido Comunista y del Departamento de Seguridad del Estado- que no cumplen los supuestos objetivos de prevenir la comisión de delitos que conspiren contra la excelencia de los dispendiosos servicios básicos que el Padrecito Estado oferta a los «pichones» del pueblo. De lo que se trata aquí es de corrupción abierta, generalizada. ¡De mordidas!
La represión, sin dudas, es una de las pocas industrias que funciona casi a la perfección en Cuba. La desinformación es otra de ellas, gracias a los encomiables servicios de cientos de reporteros y técnicos oficialistas. La Asamblea Nacional del Poder Popular y el Partido Comunista de Cuba son los brazos del cíclope represivo y abusivo que es la Revolución Cubana (obsceno eufemismo), en la que casi nadie cree porque muy poco bueno puede, y a la que tampoco se le puede reprochar, so pena de ir a parar a la cárcel: las reconvenciones crispan fundamentalmente a sus entronizados líderes históricos.
Los insolubles problemas de la vivienda, del transporte y de la alimentación en Cuba son argumentos irrebatibles contra el sistema. La actual campaña electoral está calcada de la de los primeros años de Poder Popular. Ella entraña demasiado cinismo -mucho mas del que los cubanos están dispuestos a pasar por alto- en estos cruciales momentos por los que discurre la vida nacional, lacerada por la crisis financiera global y por el tremendo desgaste que ha ocasionado el fallido experimento revolucionario de las últimas cinco décadas.

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