El 11 de agosto de 1980 fui llamado para servir en la Fuerzas Armadas Revolucionarias. Voluntariamente me alisté para ir a combatir en Angola. Mi ingenuo plan era, como el de otros miles de jóvenes, permanecer solamente dos años de servicio en la lejana África, conocer otro mundo y, de paso, traer pacotilla y el diploma de internacionalista al regresar a casa. Mi leitmotiv, claramente, no era una respuesta positiva al relinchido por el internacionalismo de guerra que nos atosigaba en aquella época.
Lo que mueve a la mayoría de los internacionalistas de ahora es un impulso análogo. El gran sacrificio que significa alejarse de las familias y arriesgar hasta la propia vida no es suficientemente cubierto con las posibilidades de importar algunos electrodomésticos (blancos, negros y grises), otros útiles del hogar y ropaje, y ni siquiera por los beneficios monetario-salariales que varían según el país y tiempo de permanencia en la misión. No dudo de que en medio de esta vorágine existan raras excepciones, personas que verdaderamente disfrutan esta otra variante de monacato socialista del siglo XXI, mujeres y hombres que no tienen, por ejemplo, compromisos filiales aquí en su tierra.
Cientos de miles de «cubanos y cubanas» están cumpliendo ahora mismo misiones internacionalistas en Asia, África y América Latina. Entre ellos destacan el personal de salud y de educación, dos áreas que son el orgullo de los «revolucionarios» isleños y de su máximo líder, desatendidas nacionalmente a cambio de petróleo y otras cosas.
Conozco a galenos que después de una primera misión de dos años en Venezuela se negaron a acometer una segunda. Esgrimen argumentos tales como que no vale la pena arriesgar la vida a cambio de objetos materiales. También, porque ya habían evacuado parte de sus mas acuciantes necesidades. El hecho de que Venezuela sea uno de los países más violentos de América Latina hace que las convocatorias a misioneros cubanos sean poco menos que crímenes de Estado.
En la introducción de su ensayo La revolución permanente, Liev Davídovich Bronstein (Trotski) expuso que «el internacionalismo no es un principio abstracto, sino únicamente un reflejo teórico y político del carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y del alcance mundial de la lucha de clases».Trotski fue asesinado por orden de Stalin en Ciudad México. Ramón Mercader, el comunista español que lo asesinó, se paseó tranquilamente por La Habana hasta que murió en 1978.
Llegará el día en que, como hoy lo propios castristas están haciendo con el tema del paternalismo, se critique el mal llamado internacionalismo cubano contemporáneo, cuya sustancia tiene muy poco de conciencia. Los que forzosamente en ello se enfrascaron estarán muy pesarosos.
lunes, 23 de noviembre de 2009
«Paradojo internacionalismo».Por Juan Mario Rodríguez.
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