martes, 3 de agosto de 2010

«El silencio de un cómplice». Por Juan Mario Rodríguez.

A V. Pagola Bérger le publicaron el pasado viernes otra carta enviada a la dirección del diario Granma. Me remitiré directamente a la opinión que expresó sobre el sentido de pertenencia de los trabajadores y administradores cubanos, a quienes, dijo, los salarios no les solucionan sus necesidades esenciales, aunque muchas veces algunos tampoco cumplen con sus obligaciones.

No obstante, el lector mostró un optimismo (descarto el cinismo) rayano en la ingenuidad. Escribió Pagola: «… yo estimo que en el pueblo cubano quedan aún muchas personas honestas, revolucionarias, incorruptibles, enérgicas, capaces de tomar las riendas de empresas de cualquier tipo, como gerente, administrador, jefe de departamento, o cualquier clase de labor, gastronómico, dependiente de tienda, trabajador de la Salud, etc. etc., capaces de dirigir en cualquier lugar de nuestro país».

La de Pagola, más que una sincera opinión, parece una solicitud de empleo. El colaborador omitió -seguramente para ser concreto- otros atractivos empleos tales como expendedor de combustibles (en Cuba pistero), inspector, almacenero o panadero. «Hay que buscar a estos revolucionarios para que sean nuestro relevo», prosiguió en su ilustrativa misiva. Mi opinión es que esos están a la mano. Los que no abundan, porque no se les tiene en alta estima y ya ni siquiera se les menciona
-pérfidas exclusiones- , son los agricultores, los albañiles, los maestros. Los obreros y campesinos de aquella alianza retórica de antaño.

Señores, una de las cualidades que distingue a los humanos es el apego a lo propio: un cepillo, los zapatos, la casa. También, las empresas – grandes, medianas y pequeñas- y otros valores personales. Eso es innegable, como también lo es que nadie, o casi nadie, cuida, defiende, ahorra lo que no le pertenece. Los tributos existen para revertir estos comportamientos naturales. La supuesta conciencia revolucionaria, que durante tanto tiempo los castristas han intentado prender en nuestro pueblo, es cumplidamente errónea y contranatural.

«La vida diaria del cubano, en vez de contar, como mínimo, con islas del paraíso prometido por el fidelismo, lo que repite son proyectos fracasados, metas incumplidas, empresas improductivas, escasez permanente, desvarío moral y aumento de las actividades ilegales y delictivas», concluyó diciendo magistralmente nuestro compatriota el Doctor Ricardo A. Puerta en su libro Corrupción en Cuba y como combatirla, prologado por Soren Triff y cuya publicación fue auspiciada por la Fundación CADAL. Esas fueron unas precisas, justas y vigentes palabras.

El asiduo lector y colaborador del periódico Granma, V. Pagola Bérger, es el típico ingenuo que parece habitar en una burbuja cuya ligera capa exterior está compuesta de puro comunismo científico. Personajes como el, lamentablemente, abundan en nuestro patio.

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